Perfumes, esencias, aromas y cosmética en la Historia de la India. Parte Primera. Historia del Perfume (X)



Perfumes y cosmética en la India


La India huele, no siempre agradablemente, pero huele. Huele a humanidad, hacinamiento, urbes degradadas, a perfumes intensos; esencias florales de alta densidad, envasadas en pequeños recipientes en los que se ha destilado una cultura olorosa de milenios. Huele a la irritante opulencia de los maharajás que se hacían traer esencias desde Europa por barriles; habitantes de un paisaje de ensueño con un fondo de abisal miseria, tal es así que la rumorología popular pensaba, a raíz de la expropiación de sus palacios en 1948, que de las fuentes de sus jardines manaba perfume y no agua. El último de los maharajás de Junagadh; Muhamad Mahabat Khanji III pasaría a la historia por ser un empedernido amante de los animales, lo cual, y a la vista de la ociosa existencia de estos príncipes no era cualquier cosa. Mahabat sentía debilidad por los perros, tal es así que cuando alguno de ellos fallecía lo enterraba bajo los acordes de la marcha funebre de Chopín. En cierta ocasión organizaría un enlace entre sus canes favoritos, para ello gasto una autentica fortuna en perfumes lo que, por cierto, cegaba olfativamente a sus animalejos. El Indio está acostumbrado al olor, incluso refieren que huele el oro que cubre la cúpula del templo sagrado de los sijs, lo cual es un hecho extraordinario porque, hasta donde nosotros sabemos, el oro carece de olor alguno. Huelen los templos, que no es una peculiaridad que pueda llamar la atención, pero es que huelen sus paredes y es que son sus muros los que sudan aroma, una mezcla de barro, piedra y esencia de algalia. Los musulmanes que invadieron La India en el siglo XI trajeron esta forma de devoción arquitectónica en el que hasta las piedras hablan de Dios (las piedras en La India hablan de muchas cosas).  

     Dioses y piedras tienen una versión más local, y también mas contemporánea,   es la del templo de Venkateswara. Tiene su enjundia; veamos, se encuentra en el estado de Andhra Pradesh y posee registros de hace casi dos mil años. Parece que ante la escasez de sustancias aromáticas naturales, como las producidas por las secreciones naturales de la civeta, mantienen en régimen de cautividad a varios de estos animalejos: aprovechan su exudado [llamado localmente Punugu Thailam] para impregnar semanalmente la imagen del dios Venkateswara, el complejo religioso más visitado del mundo. En el templo de Tirumala las imágenes se limpian semanalmente y también se perfuman, una pasta de color oscuro es retirada cada siete días de un surco que recorre la frente de la  imagen, practicado con el único cometido de disponer allí una mezcla de almizcle, sándalo, alcanfor y azafrán. Al complejo de Tirumala acuden veinte millones de peregrinos todos los años, la mayoría mujeres que suelen dejar en ofrenda sus cabellos. Un millar de barberos convierten este templo en el mayor receptor de cabello humano del planeta, cabello que se destina a la fabricación de pelucas.

     Pero es en Varanasi [Benarés], la ciudad santa, en el que un mar de hindúes aguarda con su último aliento vital el tránsito hacia una nueva reencarnación, una urbe en la que el olor se confunde con la fuerza de  la imagen;  tanto que no parece lugar para personas sensibles, y eso que infinidad de niños juguetean en los mas de 100 gahts de Varanasi. Los gahts son las escalinatas que permiten acceder a las aguas del sagrado río, quizás una imperdonable frivolidad nos permitiría relacionarlos con los balnearios decimonónicos de algunas de nuestras decadentes urbes, pero es que  algunos de ellos están dedicados exclusivamente a la cremación de cadáveres. No procede pues. Este es un país riquísimo en aromas, pero ni esa abundancia enmascara el olor a carne quemada. Las maderas olorosas que se utilizan para la combustión de los cuerpos a veces son escasas, su alto precio no permite adquirir grandes cantidades a los familiares del difunto y los cuerpos quedan consumidos a medias. Así son lanzados al río, mezclados los huesos con las cenizas. La amplitud del Ganges parece capaz de asimilar en el dominio de sus aguas estas notas acres, pero no es verdad del todo, centenares de años de peregrinación y millones de fieles y cadáveres han sido capaces de enturbiar hasta tal punto sus aguas, que presenta incluso especies únicas, cuales son lo delfines ciegos o las tortugas carnívoras, que devoran los restos de los cadáveres [estas últimas introducidas por el Gobierno para depurar sus aguas]. El Ganges es un universo humano en franca competencia con el Indo, si aquel se lleva las almas éste puede considerarse el origen de la civilización India ; el Indo es el rió cívico, el Ganges el religioso. 



     Si no se hubiera producido la segregación de la India entre dos confesiones religiosas: hindúes y musulmanes la India sería el país más poblado del mundo, de hecho, puede llegar a serlo en pocos años, si no lo es ya. Y esto es lo que perciben los viajeros, muchedumbres, un inacabable desfile de tipos humanos que asfaltan las calles, los caminos, la ciudad y el campo. Y no es una impresión reciente, Ctesias, un médico griego al servicio del rey de Persia, Artajerjes II, viajó a la India por encargo de este, entre los años 404-398 A.c. y ya refirió que la mayor parte de la población del mundo conocido vivía en esa tierras. Las bregadas tropas de Alejandro Magno decidieron retirarse de la India a la vista de un ejercito de  proporciones tan descomunales que disponía de mas de 4.000 elefantes, cual muro impracticable.   
   
     La esquina occidental del Indostán, en el Valle del Indo, fue la vía que utilizaron las mayoría de los invasores del Subcontinente, a la vista de la infranqueabilidad de la cordillera del Himalaya. Por aquí penetraron los antiguos pueblos arios, desplazando hacía el sur a los primitivos habitantes; Adivasis, el primer pueblo. Imponiendo su fuerza, el color de su piel y después su religión [los textos védicos] Seguidos por persas, hunos, turcomanos, afganos, musulmanes y por fin los mogoles. Hay quien compara la civilización India con un atestado vagón de Metro, en el que el último que llega empuja al anterior hacía en el interior del vehículo. De tal manera que, lo que parece una civilización coherente y uniforme, es el resultado de estos cruces, unos embebidos en el ser «hindú», pero otros en persistente conflicto, cual engranaje defectuosamente ajustado. El encuentro entre la cultura musulmana y la hindú fue, y es, tan conflictiva, que determinó la partición de la India independiente en función de su fe religiosa, por un lado; el antiguo Pakistan Occidental y Oriental [hoy Bangladesh], ambos musulmanes, y por otro, ese océano de hindúes que ya hizo reflexionar en el siglo XVI al emperador mogol Akbar sobre la inevitable determinación por la que debían optar: o  se adaptaban o acabarían por perecer. De alguna manera el espíritu de esa capilaridad lo expresa el Taj Mahal, el más hindú de todos los monumentos de la India. Coronadas sus cúpulas por las hojas de la flor de loto, de las que se extrae una esencia [la esencia del loto es particularmente difícil de extraer] que expresa el alma.....las almas de esta tierra.

     Los musulmanes llegaron a la India.... 
 
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