La vida de la Emperatriz Elisabeth, conocida vulgarmente como Sissi, expresa como pocas esa colección de tópicos que sostienen el argumento de un cuento de hadas, y en el que al final, pase lo que pase en los capítulos anteriores, todo termina bien. En el caso de la Emperatriz Elisabeth este discurso se desvía un poco, y lo hace decididamente hacia terrenos de la tragedia; personajes atormentados que son extremadamente infelices porque tienen la desdicha de vivir extremadamente bien (entienden la paradoja). Se casó con un hombre que en principio estaba destinado a ser el marido de su hermana Sofia. Perdió a esta, abrasada, tras un desafortunado accidente en París. Su cuñado; Maximiliano, fue fusilado en México. Su hijo, el heredero del trono, parece que incluso fue asesinado por oscuros motivos políticos en los que pudo estar mezclado su propio marido y padre de la criatura: El Emperador. Francisco José de Austria, su marido, era un profesional de la política y por supuesto del cargo. Quizás estuviera enamorada en algún momento de él, pero el tiempo, el peso del protocolo, la inercia del cada día y la presencia irritante de una suegra, que además era su tía, hicieron que poco a poco esta mujer contestataria (sic), buscara en otros el consuelo emocional que el Emperador, no podía, no quería o no sabía darle. Puede que tuviera dos amantes; un noble húngaro y su propio primo; Luis de Baviera, muerto también en extrañas circunstancias. Como personaje histórico Sissi estuvo opacada en su época por la presencia, también intensa, de la Emperatriz Eugenia de Montijo, la mujer del Emperador de Francia, Napoleón III. Otra despechada, ya que al parecer su marido, casi le fue infiel la misma noche de bodas. A diferencia de esta, Sissi ha tenido una proyectiva vigencia debido en parte a su muerte, que ni siquiera debió producirse en esas circunstancias, ya que, el anarquista italiano que la asesino, Luigi Lucheni, iba buscando a otro personaje.
A la derecha la Emperatriz Elisabeth. En el centro Eugenia de Montijo, Emperatriz de Francia |
Hemos tratado en este blog la vida de la Emperatriz Elisabeth en varias ocasiones, y a fuerza de convivir con ella (es un decir, claro) la hemos cogido afecto. Por eso, cuando pensamos en ella, lo hacemos con simpatía porque comprendemos que sus muchos viajes eran solo una huida, no tanto de su esposo, como de ella misma y acaso de la marmórea reclusión del Palacio, del que dicen solo sabia valorar la intimidad que le proporcionaba el baño del que disponía. En efecto, Sissi fue el primer miembro de la Familia Imperial en hacerse construir un cuarto de baño para su uso exclusivo.
Los famosos zapatos de seda de Sissi |
Tal parece que padecía el severo protocolo con el que en Palacio se pautaban todos los minutos del día: cuándo despertarse, de qué lado del cuerpo debe descansar una Emperatriz en su cama, cuándo comer, cuándo se utiliza el tenedor de tres puntas o el de cuatro; la hora del paseo, la de la visita a los niños, cómo reír, cómo llorar (nunca, al menos en público). Esa exhaustiva línea del qué hacer y cómo hacerlo, y al que algún autor ha dado en llamar protocolo español, porque es una copia de la guía de convivencia que utilizaban los reyes de la Casa de Austría en España, y que fue impuesta en la Corte Española por el Emperador Carlos V. Pues bien, este protocolo, entre otras minuciosas precisiones, señalaba también que La Emperatriz no debía utilizar más de un día seguido el mismo par de zapatos. En efecto, y ello pese al disgusto de La Emperatriz que no entendía muy bien el objeto de semejante norma. De tal manera que Sissi pudo muy bien ser conocida también como la mujer de los mil zapatos. A su manera, todos estos zapatos casi sufrían el mismo destino de los caballos que montaba el rey Felipe IV de España: no podían volver a ser montados por ningún otro hombre. Estos zapatos, decíamos, y que podían ser atendiendo a la actividad de la Emperatriz, uno, dos, tres, incluso más pares al día, se entregaban a la primera dama de honor de la Emperatriz que después podía distribuirlos a discreción. Con alguna excepción, no parece que se tratara de piezas en las que los zapateros se esmeraran hasta la exquisitez de las obras únicas, toda vez que sabían que su uso podía ser, y era, bastante breve; 24 horas a lo sumo. Se conservan dos botines que pertenecieron a la Emperatriz, unos blancos, de seda, con el escudo imperial bordado sobre la puntilla, y otros negros acordonados sobre el flanco. Además de un par de zapatos de tacón medio.
Su último vestido y el estilete, sobreimpreso, que Luigi Luchenni utilizó para matarla. Obsérvese el pequeño desgarro en el vestido, próximo al corazón. |
Pese a lo que algunos grandes aficionados al calzado puedan pensar, esto tiene un severo inconveniente, pues tanto las costuras, como la dureza de los materiales, pueden producir escaras en la piel. Aunque todos los zapatos que usaba la Emperatriz estaban hechos a medida, no es desdeñable el hecho de que un zapato, como un buen vestido, necesita un tiempo para saber a que proporciones se debe de adaptar. Sissi utilizaba tanto zapatos planos o con un ligero tacón. No es precisamente el calzado un elemento del que se hiciera ostentación en el siglo XIX, toda vez que en numerosos círculos se le consideraba más bien como ropa interior, sujetos por tanto a las normas del decoro. Bien es verdad que la amplitud de los vestidos, a veces, hubiera permitido incluso prescindir de ellos sin que nadie lo notara. No es de extrañar que la Emperatriz Elisabeth fuera tan aficionada a la equitación (lo que estuvo a punto de causarle la muerte) toda vez que las botas de montar parece que estaban dispensadas de esta norma. Por los pares de zapatos que de ella se conservan, sabemos que sus pies tenían unos 25 centímetros de longitud, lo cual se corresponde con una talla de 39 ó 40 y que eran extremadamente estrechos. Tanto el pie derecho como el izquierdo estaban cortados por el mismo patrón.
La dolorosa senda de su vida, marcada por reiteradas tragedias, su extraordinaria belleza y una buena dosis de mitomanía que ha resultado ser muy rentable; su museo en Austria; el palacio de Schönbrunn es capaz de recibir a mas dos millones de visitantes anuales, todo esto, decimos, la ha convertido en una leyenda, y en oro, todas aquellas cosas que fueron parte de su vida................como sus propios zapatos.