A estas alturas parece que buena parte del argumentario sobre el origen de las especies está ya articulado. Incluso hablar de ello parece un asunto un tanto a desmano, como si perteneciera al ámbito de una vieja biblioteca, rancia y de hojas apergaminadas que carece de importancia en el aséptico y tecnológico mundo informático. A nosotros nos ha venido incluso de forma indirecta, pero mientras nos documentábamos se nos ha ido despertando una de esas frustraciones infantiles no resueltas y a las que el tiempo ha ido dejando orillada en el almacén de los recuerdos. Nunca nos ha gustado la lectura final del «origen de las especies» Es antipático reconocer que aquellos tipos, dotados sobre todo físicamente de un poderío incuestionable y que nos amargaron la infancia en la calle y en el colegio, veían reforzada su insufrible arrogancia por una ley natural que les concedía y ademas justificaba, el ejercicio inmisericorde de su capacidad de intimidación. Tampoco se nos hacia apetecible reconocer que todas nuestras inalcanzables conquistas sentimentales lo fueran en buena medida porque ellas derivaban su interés hacia unos auténticos armarios físicos, guapos y dotados de una estructura física envidiable que además olían apestosamente a macho alfa. Afortunadamente parece que la especie humana lo es porque ha encontrado una estación intermedia entre esa vorágine de superdotados para dar cancha a los bajitos, los mediocres, los débiles, feos y flojos de espíritu, y en general a un ejercito de raritos que no parecen ajustarse a esos modelos de perfecta pulcritud evolutiva.
Pero no nos resignamos, sabemos que una cadena es tan fuerte como lo es el más frágil de sus eslabones y hemos encontrado el consuelo en una segunda lectura del Origen de las especies que parece favorecer a los "raros" de cada especie. En efecto, esos individuos pueden ser el resultado de una mutación imprevista causada por fuerzas azarosas y que proporcionan al sujeto una habilidad diferente a la de sus congéneres. A veces esta alteración se convierte en un importante obstáculo lo que causará la inadaptabilidad del sujeto al medio, determinando su desaparición, pero otras le proporciona una ventaja física haciéndole más capaz. Nunca hemos sido capaces de comprender, por ejemplo, cómo el ser humano adquirió la destreza de utilizar su dedo pulgar en sentido opuesto a la del resto de los dedos de la mano a diferencia del resto de los primates. Esto, que es fundamental para el desarrollo de la especie porque le permite la manipulación fina de los objetos ¿En qué momento sucedió? ¿Cómo se extendió esta mutación? ¿Adaptación o sencillamente azar? Bien nosotros nos decidimos por esta segunda posibilidad: azar. Creemos que este primer sujeto fue uno de esos raritos que debió de soportar de su comunidad todas las agresiones que los grupos ejercen sobre aquellos que no se ajustan al patrón: este presentaba un dedo gordito que podía utilizarse como una tenaza, el otro un par de cabezas, otro mas nació con una sola pierna, y aun un cuarto presentaba una coloración de pelo inusual. Ninguno de ellos prosperó, excepto el del dedo gordito porque generación tras generación los hijos de ese mutante mostraron que aquella era una variedad sobre el modelo inicial que les proporcionaba unas ventajas evolutivas sobre aquellos que carecían de esa alteración. De forma que como los llamados apellidos caníbales, es decir aquellos que a fuerza de ser tan corrientes acaban por digerir a todos los demás, el tipo del dedo gordito, el rarito pasó a convertirse en el modelo porque su rareza era en efecto una ventaja evolutiva.
Nos atrevemos a señalar un tipo ideal de selección natural en el que el factor azar constituye el patrón esencial, si es que el azar lo posee. El dedo pulgar es un tipo de mutación, entre otros muchos, que por razones no previstas representa una habilidad añadida a la supervivencia, pero no es único. Consideremos el momento en el que una variación imprevista permitió a un simio mantenerse erguido durante más tiempo que sus congéneres. Esta anomalía, ya que de ello se trata -es un rarito-, permitió al sujeto mantener una posición de vigilancia ante los depredadores lo que le daría una ventaja añadida respecto a los de su especie. La misma dinámica de la lucha por la existencia, la supervivencia, mostraría su ventaja sobre los sujetos huérfanos de esta mutación. Sus posibilidades reproductivas serían mayores, sencillamente se reproduciría más porque su posición erguida le facilitaba los medios para vivir durante más tiempo y esto permitiría a esta mutación transmitirse en mayor medida a los descendientes sencillamente porque los otros vivían menos.
No hay pues por lo dicho adaptación al medio sino mas bien mero azar y éxito reproductivo de aquel que consigue sobrevivir gracias a sus rarezas. Su capacidad reproductiva vendrá determinada por la supervivencia de él y sus hijos, haciendo, en sucesivas generaciones, desaparecer los caracteres inadecuados lo que determinara que los sujetos pertenecientes al anterior patrón desaparezcan no porque hayan fracasado en la adaptación sino por que han sido eliminados por otro patrón con mayor éxito adaptativo. Pero no hay posibilidades de determinar cual de esas transformaciones será acertada en la lucha por la supervivencia, de suerte que solo a posteriori podremos verificar, por la abundancia de sujetos pertenecientes a ese nuevo modelo, por ejemplo, el éxito de esa alteración.