Vida en el harén. El último harén otomano [Parte II]





EL ÚLTIMO HARÉN OTOMANO


Puede considerar el año de 1909 como él último en el que estuvo en vigor el harén de Topkapy, año en el que fue depuesto uno de los últimos sultanes otomanos, Abd ul-Hamid II, debido al llamado movimiento de los jóvenes turcos. Con todo Abd ul-Hamid II fue acompañado por algunas favoritas a su exilio de Salónica  La clausura del harén de Topkapy ofreció en pleno siglo XX casi un tesoro arqueológico humano, algunos cientos de personas sometidas a unas funciones que el peso de los años había hecho casi objeto de estudio antropológico: dos centenares de eunucos y cuatrocientas mujeres tabuladas como esclavas sexuales, pero presentadas como ninfas del refinamiento y la cultura; de entre quince y cincuenta años. Al clausurarse las dependencias del harén de Topkapy fueron instalados en los decrépitos muros del antiguo serrallo de Estambul, prácticamente en ruinas, por lo que la improvisación se hizo tanto más evidente y   puso a las nuevas autoridades ante una difícil decisión. ¿Cómo reintegrar en la vida civil a casi quinientas personas que habían pasado buena parte de su vida encerradas en una burbuja casi medieval? Por de pronto volvieron al palacio de Topkapy, pero no de forma definitiva, se había enviado un telegrama a sus familiares para que estos se encargaran de recoger a todas y cada uno de las mujeres del harén. Se les devolvía a sus hijas, a sus nietas o hermanas, a todas aquellas a las que probablemente ellos habían vendido con la esperanza de una vida mejor o con el mezquino propósito de obtener una buena cantidad de monedas. 

     Solo las bellezas más extraordinarias tenía cabida en las paredes y Kioskos del palacio, jóvenes  procedentes de los distintos pueblos del Caúcaso: circasianas, georgianas, armenias, abjasias; reputadas como las más hermosas, educadas en las artes más sutiles y refinadas, instaladas en la más absoluta holgura económica y dedicadas durante todas las jornadas de su vida al cuidado de su cuerpo. El encuentro debió de ser extraordinariamente emotivo y hasta disparatado, curtidos campesinos con manos encallecidas y el rostro surcado por profundas arrugas llegados a aquel palacio suntuoso desde aldeas remotas que desconocían, por ejemplo, el agua corriente, se encontraron con sus refinadas hijas, vestidas con prendas que ni en sus más extraños sueños fueron capaces de imaginar. Los desconsolados y sinceros llantos por el reencuentro, se mezclaban con abrazos fríos, distantes,  resultado de la vivencia en mundos tan diferentes que ni la fuerza de la sangre sería capaz de atenuar, y tanto más si aparecían las claras razones por las que aquella distancia se había abierto entre progenitores e hijos; un mero intercambio económico. La azarosidad de la historia venía ahora a poner a cada uno en su sitio, y esta ceremonia, que se pretendía restitutoria y justa, fue, en muchos casos, el cruel e inútil intento de reencontrarse con un pasado miserable que ya no se podría restaurar. Es por eso, por lo que muchas de aquellas mujeres habían preferido acompañar al sultán en su exilio antes que retornar con los suyos. Nada dejaban ya atrás; un idioma olvidado, unos padres en los que no se reconocían y a los que no reconocían, o que acaso hubieran muerto; y que solo podían ofrecerlas unas condiciones de vida insoportables para aquellas que habían disfrutado de todas las comodidades. Para muchas no había vuelta atrás, pues nada esperaban encontrar en el lugar donde habían nacido. La mayoría decidiría permanecer en Estambul, su belleza era su mejor baza; no escaseaban hombres entre las nuevas élites capaces de hacerlas un hueco en su espacio sentimental. Acompañadas por sus fieles eunucos y el considerable patrimonio que habían acumulado en sus años en el serrallo, la vida de las ultimas mujeres de los harenes otomanos se fue licuando hasta desaparecer en la sociedad turca y en los ásperos años que marcarían los prolegómenos de la I Guerra Mundial

     A partir de esta fecha el harem otomano se convertiría en un museo. Ya solo la imaginación nos permitiría navegar por sus estancias, vacías definitivamente de vida y en el que el fulgor del lujo, la borrachera de la abundancia llegaba incluso al mismo lecho de sus habitantes, elaborados sus somieres con las maderas más delicadas y aromáticas con incrustaciones de marfil, áloe y madera de sándalo. Cordones elaborados merced a centenares de perlas engarzadas, cortinas confeccionadas con hilo de oro, aguamaniles de oro puro engastados de rubíes y turquesas. Alfombras persas en seda y oro y también edredones para sentarse con delicados trabajos de la misma naturaleza. 





     El Palacio de Topkapy, en cuyo interior se sitúa el gran harén, fue construido por el sultán Mehmet II conocido como El Conquistador, ampliado y reconstruido por sus sucesores. Todo el conjunto está perimetrado por una muralla de unos cinco kilómetros de longitud lo que puede dar idea de sus dimensiones. La parte central se articula en torno a tres patios: el segundo, el tercero y el cuarto. A través del segundo patio se ingresa en el  harén que estaba constituido por mas de cuatro centenares de dependencias  y en cuyo interior vivía principalmente la madre del sultán: Valide Sultán, autentica ama y señora del harén,  las hermanas del sultán, los hermanos [estos recluidos de por vida en el mejor de los casos, pues solían ser estrangulados para evitar posibles concurrencias en los derechos al trono], los hijos del sultán, los varones solo hasta determinada edad. Las kadins [favoritas del sultán, pueden considerarse sus esposas, aunque no exista lazo legal. Por lo general son las madres de sus hijos varones]. La madre del primer hijo varón del sultán recibía el nombre de bas Kadin. Un rango inferior lo ocupan las Ikbals, madres también, aunque sus hijos son de rango inferior, bien por ser de sexo femenino, bien porque los varones están muy alejados de la línea sucesoria que suele ocupar el mayor de los varones. Las concubinas, llamadas así porque han compartido el lecho con el sultán en alguna ocasión, pero no han sido afortunadas con el embarazo. Salvo que el sultán decida lo contrario solo le verán en una vez. Por fin encontraremos a las odaliscas [oda=habitación], una nube de sirvientes femeninas que no necesariamente engrosan el concubinato y destinadas al servicio de las anteriores y del propio harén. Junto a ellas los eunucos, generalmente negros aunque existía un cuerpo de eunucos blancos, pero estos estaban alejados del servicio interno del harén. En el apogeo del Imperio el harén podía disponer de unos 800 eunucos. La diferencia mas notable entre los eunucos blancos y negros era que a estos últimos se les había emasculado completamente, es decir se les había retirado todos sus atributos sexuales, mientras que los eunucos blancos podían conservar parte de ellos El conocido como Kizlar Agha, o jefe negro de los eunucos, acumuló tal poder que podía considerarse como el tercer hombre en el escalafón otomano después del propio sultán y el Gran Visir [Ministro principal]. Su poder en el Imperio no era nada desdeñable, era el único hombre, además del sultán, en penetrar libremente en el harén donde probablemente se diseñaran las líneas maestras de la estrategia del Imperio, a la vista de la influencia de las mujeres sobre los sucesivos sultanes. También era el encargado de ajusticiarlas, llegado el caso, si perdían el favor del sultán, si mantenían relaciones con otro hombre o por delitos graves, y llegado el caso, como resultado de una descomunal borrachera como la que llevo al sultán Ibrahim, conocido como el loco, a ordenar que ahogaran en el Bósforo a decenas  de concubinas a las que metían dentro de sacos para evitar que pudieran huir de su terrible destino.


Harenes Otomanos consta de dos entradas