Conforme nos íbamos documentado sobre este curioso objeto, no hemos podido evitar cierta sensación de incomodidad al manejar la historia del mismo. Una suerte de torpeza resultado de nuestra posición, edad y cultura, nos ha ido asaltando, como si estuviéramos en una habitación a la que no se nos ha invitado. Incluso hemos estado a punto de desistir en el empeño y abordar así temas mas neutros, pero al final hemos decidido concluir el capítulo. Y lo hemos hecho porque, al estilo francés, hemos sido capaces de abordar los temas mas quebrados y nimios desde la vertiente impune de la intelectualidad, es decir, parece que todos aquellos aspectos conflictivos de la realidad entran mejor si son abordados desde la ampulosidad, el verbo y toda la prosapia propia de los intelectuales. La pluma es siempre más fuerte que la espada, pese a la fama. Y también más dañina si cabe. [En la imagen el bidé de Luis XV]
A partir de 1740 aparece un artilugio en los talleres de los grandes ebanistas denominada silla de limpieza o conocida también como bidé. Una década antes ya encontramos referencias al artilugio en Las Memorias del Marques d’Argenson [Memoires et Journal inédit] El Marqués, recibido por Madame de Prie en su toilette, mantiene una conversación banal con la mujer en un fondo de intimidad que hubiera sido inaudito y escandaloso en muchas sociedades contemporáneas, tanto mas cuanto que esta se dispone, sin pudor alguno, a utilizar su bidé en presencia del propio marqués, al que invita a presenciar la escena con absoluta naturalidad. Obviamente Madame de Prie es una mujer a la que no resulta extraño este escenario, que probablemente tenga lugar en una sala no específicamente habilitada con tal fin, pues hasta finales de siglo no empiezan a aparecer excusados. En esta misma década hay incluso testimonios de los llamados bidés dobles, a los que a la higiene y el lujo se les imprime esta parte de socialización. En efecto, pronto se convertirán en artículos de distinción a los que se le añade un trabajo artesanal único. Tal es el caso del que utilizaba la favorita de Luis XV, Madame de Pompadour, colocado en un gabinete decorado con motivos chinescos y que, en el caso de la favorita, recibía el sobrenombre de silla de asuntos.
Leopold Boilly |
Los bidés se fabricaron incluso como muebles de viaje. Y pese a las vivas suspicacias de La Iglesia se conoce el uso del bidé entre miembros del clero, como es el caso de un canónico al que se inventariaron sus bienes, La Emperatriz Sissi, abúlica para con todo el extremo ornato de la Corte vienesa, pero extremadamente satisfecha de su cuarto de aseo privado, dispuso de uno que se encontraba en su residencia favorita de Corfú, en el Castillo de Achilleon, hasta su malogrado hijo, Rudolf tenía uno de porcelana así como la Emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo. En el Palacio Real de la Granja, en Segovia, se encuentran almacenados en sus buhardillas numerosos bidés que daban servicio a los ocupantes del recinto; notables antimonarquicos, como el presidente de la II Republica Española, Manuel Azaña que ordenó construir un generoso baño en el palacio porque su factura arquitectónica original no contemplaba cámara alguna para albergar estas intimidades. A principios del siglo XX, en el año 1911, existía en Madrid una suerte de bidés públicos cuyo uso estaba permitido previo pago de unos 10 céntimos.
El bidé no fue nunca un objeto neutro. Era util sí, pero sugería algo mas con su presencia. Porque si bien era higiénico, el esmero parecía excesivo, a la vista de los muchos tabús que sobre la limpieza aun pervivían. Ofrecía además un tipo de limpieza mórbida y sugería naturalezas viciadas y lujuriosas; la mayoría de las casas de tolerancia lo ofrecían, de hecho, era el único mueble higiénico que presentaban a las prostitutas y a sus clientes, además de la cama, claro. La Iglesia lo detestaba era un articulo sugerente del que se pensaba incluso, [y no sabemos con cuanto razón], que formaba parte de los instrumentos de las parteras para practicar abortos.
Aún hoy observamos este artilugio con la distancia propia de aventureros en un mundo extraño. Se trata sin duda de un objeto perteneciente al mundo mulierus como diría el sabio romano. Los varones de cierta edad convendrán con nosotros en la presencia extraña de este taburete bajito dentro de los cuartos de baño, aceptado, a fuerza de ser inevitable, como uno de esos artilugios que los constructores y arquitectos han ofrecido para el disfrute femenino. Una distancia reforzada incluso por aquellos hombres que se veían obligados a utilizarlo por mero consejo médico, como baños de asiento, no es que fuera denigrante, pero menguaba la masculinidad de quien lo utilizaba. Terminando por colocar el objeto en el desván del otro sexo o en las posaderas de hombres enfermos. Recordamos incluso la perplejidad de ese rústico australiano al llegar a la ciudad de New York [Cocodrilo dundee] que no acierta a comprender la presencia de una taza de evacuar junto a un bidé, y es que debido a su forma piensa el buen hombre que sirve para lavarse la espalda. Nuestra memoria de genero ha evolucionado, pero no tanto como para sentir un punto de resaca, el tacto intimo de la transgresión de las normas más básicas cuando utilizamos semejantes artefactos, bien por lo referido anteriormente: prescripción facultativa, o porque efectivamente nada hay tan higiénico para la limpieza como una buena ducha de asiento. Aunque esto últimamente parecer ser puesto en cuestión.
Lo hacen los japoneses, vale, pero esta gente es de otro planeta y sus bidés son estratosféricos, los coreanos también y eso que se les considera los espartanos de Asía; tampoco sirve; esa virilidad extrema, se hace sospechosa. Los Indios incluso utilizan hasta un chorrito de agua, una especie de bidé incompleto porque al parecer piensan que en los baños europeos las necesidades mayores se hacen en la taza propiamente dicha, y las menores en el bidé. [Aconsejamos un entretenidísimo ensayo sobre los indios y el papel higiénico en ¿Papel o grifo higiénico?.] Pues tampoco, hasta hace bien poco tenían una mano nefanda ¿Por qué será? Los argentinos, que no conciben cuarto de baño sin su correspondiente bidé y que, junto al lavabo, la ducha y la taza forman la Santisima Trinidad de la higiene austral, crearon hasta una asociación denominada Asociación Francoargentina de Reivindicación y Desarrollo del Bidé, resultado de la fiebre higienista que experimentó el país desde principios del siglo XX. En Inglaterra, pese a ser prácticamente la inventora del inodoro [John Harrington y su rudimentario agujero que casi hizo desvanecerse del hedor a Isabel I de Inglaterra y Alexander Cummings, dos siglos después que ya tuvo en cuenta ese maravilloso charquito de agua para bloquear los olores], el bidé nunca ha funcionado, la moral victoriana forma parte de la naturaleza británica y el bidé siempre fue considerado indecoroso....... y francés [bien es verdad que tampoco comprendemos la presencia de moquetas en los baños ingleses] Los italianos, casi para terminar, no conciben la higiene post evacuatoria sin un buen chorrito de agua.
Lo hacen los japoneses, vale, pero esta gente es de otro planeta y sus bidés son estratosféricos, los coreanos también y eso que se les considera los espartanos de Asía; tampoco sirve; esa virilidad extrema, se hace sospechosa. Los Indios incluso utilizan hasta un chorrito de agua, una especie de bidé incompleto porque al parecer piensan que en los baños europeos las necesidades mayores se hacen en la taza propiamente dicha, y las menores en el bidé. [Aconsejamos un entretenidísimo ensayo sobre los indios y el papel higiénico en ¿Papel o grifo higiénico?.] Pues tampoco, hasta hace bien poco tenían una mano nefanda ¿Por qué será? Los argentinos, que no conciben cuarto de baño sin su correspondiente bidé y que, junto al lavabo, la ducha y la taza forman la Santisima Trinidad de la higiene austral, crearon hasta una asociación denominada Asociación Francoargentina de Reivindicación y Desarrollo del Bidé, resultado de la fiebre higienista que experimentó el país desde principios del siglo XX. En Inglaterra, pese a ser prácticamente la inventora del inodoro [John Harrington y su rudimentario agujero que casi hizo desvanecerse del hedor a Isabel I de Inglaterra y Alexander Cummings, dos siglos después que ya tuvo en cuenta ese maravilloso charquito de agua para bloquear los olores], el bidé nunca ha funcionado, la moral victoriana forma parte de la naturaleza británica y el bidé siempre fue considerado indecoroso....... y francés [bien es verdad que tampoco comprendemos la presencia de moquetas en los baños ingleses] Los italianos, casi para terminar, no conciben la higiene post evacuatoria sin un buen chorrito de agua.
Pues con todo y con ello algo en nuestros genes nos previene de ese ocho panzon que descansa sobre el suelo de nuestros cuartos de aseo, parece que hubiera algo que desafina en esa guitarra sin cuerdas, o como también se ha llamado: suela de zapato. Nuestro concepto medieval de la hombría nos hace casi transigir mas con el hombre desaseado y hasta mal oliente, que con el estudiado varón que socializa en el siglo XXI. Si hasta los mismos franceses lo están exiliando de su territorio, entre otras cosas porque el tamaño de las casas cada vez es mas reducido y se prescinde de lo mas vano.
Cómo han cambiado las cosas, los ritmos de comunicación entre los países, queremos decir. Piensa nuestros vecinos compensar esta ausencia, el exilio de sus más caros objetos recuperándolos de distintas formas. Por lo que al bidé toca consideran incluso reimportarlo desde España, donde es extraño el cuarto de baño de cierto empaque que se precie de carecer de este accesorio. Y nosotros que manejamos tantos prejuicios para esquivar un sanitario que, al parecer, fue ideado para aliviar las urgencias masculinas castigadas por el uso de las caballerías. Qué sorpresa. Tal es así que un personaje como Napoleón, capaz de forjar su Imperio a lomos de un caballo, lo usaba de común y hasta se lo transmitió en herencia a su hijo junto a parte de sus cabellos. Al parecer el uso habitual de la montura destrozaba el arco interior de las piernas, así como las posaderas; el baño de asiento proporcionaba un importante alivio. Las abluciones permitían de paso aligerar esta zona de alta concentración exudativa que era además escaparate y testigo de una de las enfermedades cuyo nombre más ha variado a lo largo de la historia: mal francés, mal español, mal de Nápoles, entre otras.
Bidé. Perteneció a la Emperatriz Elizabeth: conocida por Sissi |
Cómo han cambiado las cosas, los ritmos de comunicación entre los países, queremos decir. Piensa nuestros vecinos compensar esta ausencia, el exilio de sus más caros objetos recuperándolos de distintas formas. Por lo que al bidé toca consideran incluso reimportarlo desde España, donde es extraño el cuarto de baño de cierto empaque que se precie de carecer de este accesorio. Y nosotros que manejamos tantos prejuicios para esquivar un sanitario que, al parecer, fue ideado para aliviar las urgencias masculinas castigadas por el uso de las caballerías. Qué sorpresa. Tal es así que un personaje como Napoleón, capaz de forjar su Imperio a lomos de un caballo, lo usaba de común y hasta se lo transmitió en herencia a su hijo junto a parte de sus cabellos. Al parecer el uso habitual de la montura destrozaba el arco interior de las piernas, así como las posaderas; el baño de asiento proporcionaba un importante alivio. Las abluciones permitían de paso aligerar esta zona de alta concentración exudativa que era además escaparate y testigo de una de las enfermedades cuyo nombre más ha variado a lo largo de la historia: mal francés, mal español, mal de Nápoles, entre otras.
Hasta la propia autoría del bidé está en discusión. Consideran algunos autores que los franceses hacen propio un artilugio que las damas romanas ya utilizaban. Refería Tácito en Germanía que, la lasa honestidad de las matronas romanas, nada tenía que ver con el esforzado cuidado y lealtad que las germanas ejercían sobre los suyos. Hubiera sido inimaginable que en las opacas tierras del Norte las mujeres se hubieran negado a intimar con sus esposos si estos no les permitían tomar baños de asiento en un solium de plata, que era como en la época se referían al bidé.