Sorprendentes zapatos. Las sandalias de pelo de los amantes coreanos.



¿Quién no ha oido hablar de Romeo y Julieta? ¿O de Calixto y Melibea? Recordados estos últimos como Los amantes de Teruel. Apuran  su sueño eterno en sendas tumbas de alabastro, una junta a la otra,  mientras sus manos se buscan, pero aún no se tocan. Quién dice que las piedras no sienten cuando reflejan con tanta verdad ese instante,  ese momento sublime de la inmediatez. Quizás nos hayan llegado ecos del amor de Gabrielle d'Estrées y el Rey Enrique IV de Francia, conocido éste por ser uno de los mejores monarcas del país vecino, pero también por ser el más apestoso.  Acaso sepamos del amor demencial, si bien no correspondido, de Juana I de Castilla por Felipe el Hermoso, al que sobrevivió cincuenta años, en un estado de progresiva enajenación causada, dice la leyenda, por ese amor huérfano. Y  también un jovencísimo Ramón Lull, persiguiendo a su amada, Leonor del Castello, osando penetrar en una iglesia montado en un caballo. Quién diría esto del que fuera con el paso de los años eminente filósofo.
     Todos, y más, son episodios de la historia, deudores de un mismo guión: el amor. Un sentimiento que a veces aboca al hombre a su condición animal, porque la razón es incapaz de frenar sus impulsos. Otros veces, obra el prodigio contrario, lo sitúa en el límite de su condición humana, obligándole a decidir sobre su propia integridad física o la salvación del ser amado, eligiendo esta última en contra de todo ímpetu de animalidad. Pensabamos que la historia había agotado ya sus recursos para ofrecernos ejercicios épicos del amor, ilustrándonos con episodios límites ya que no hay amor que sea tranquilo, pero nos equivocabamos, los hay. El amor es egoismo y generosidad, egosimo porque los amantes se enamoran sobre todo de su propio amor, y generosidad porque, por ejemplo, la misma Leonor del Castello que vivió en el siglo XIII, y a la que antes nos referiamos, tuvo la fortaleza de mostrarle a Ramón Lull la causa de la imposibilidad de su amor, le enseñó uno de sus pechos mordido por el cancer. 
los amantes de Andong y las zapatillas de cabello humano
     Hoy en el altar de los grandes amantes debemos disponer dos nombres más, son coreanos y se les puede considerar como los amantes de Andong. Vivieron en el siglo XVI, y gracias a las cartas de amor que ella dejó en su tumba, en las que mas o menos le dice que la vida sin él se le hace insufrible, podemos hoy constatar la fuerza intemporal del amor. La tumba la  descubrieron unos arqueólogos vinculados a la Universidad Nacional de Andong. Junto a las delicadas y emotivas cartas encontraron también una muestra más del amor de aquella mujer por el difunto, un par de sandalias elaboradas con sus propios cabellos, las que os ofrecemos en la imagen.  
     Ya sabíamos de la poderosa capacidad de evocación que tiene el cabello. Convenientemente tratado el pelo humano se ha utilizado para elaborar pulseras, colgantes, pendientes y broches. El Emperador Napoleón, por ejemplo,  dejó señalado en su testamento que tanto su mujer como su hijo, recibieran sendas pulseras elaboradas con parte de sus cabellos. Esta es la primera vez que lo encontramos como materia prima en unos zapatos. Y si el cabello es intensamente simbólico no lo es menos el calzado, convertido en manos de sugerentes artesanos en objeto de deseo. Una combinación perfecta resultado, una vez más, de la fuerza del amor.