La sorprendente historia del palillo de dientes. Historia de la higiene. El mondadientes
Este Capítulo está dedicado al elogio de lo vano. Esas pequeñas concreciones que nunca han hecho historia y que nunca la harán. Pero no debemos confundir lo vano con lo pequeño, pues no es cierto que todo aquello que es diminuto sea irrelevante, véase sino la trama que sostiene el mundo formada por una infinita magnitud de diminutos átomos para comprobar que, en efecto, lo pequeño es esencial. Vano, por ejemplo, es un trocito de madera trabajado de tal manera que sirva para arrancar de nuestros dientes trozos indeseables de materia, por lo general, comestible, y llamados mondadientes. Estas piezas conocidas en Francia como cure-dents, en Inglaterra como toothpicks y en Italia por stutzzicadenti , ya fueron utilizados hace la friolera de 65.000 años, y sus huellas han quedado señaladas en sendos molares encontrados en España como los de la imagen.
Quién diría que estamos ante un objeto de la Edad de Piedra; por lo visto su veteranía no hace mas que justificar la extrema utilidad de sus servicios. Su carácter ecuménico (universal), por abandonarnos un poco al lenguaje litúrgico, acompañó tanto al buen estado de las dentaduras como a la intensidad aromática del aliento. Es, ahí donde lo ven, un superviviente nato, pues mondadientes eran sendas lancetas encontradas en la primitiva ciudad de Ur, en un yacimiento que conservaba objetos de 5000 años de antiguedad (C. Leonard Wooley. Cementerios reales de Ur 1926-1927). Allí se encontró una caja trabajada en oro, que además de pinzas, contenía una lanceta para la limpieza de oído y un mondadientes, todo ello de metal. Estos paquetes cosméticos han sido hallados en otras ciudades de Mesotopotamia todos ellos realizados en plata, oro o bronce, o astas de animal. Del siglo III a.C se conserva en el MAN [Museo Arqueológico Nacional] de Madrid un juego de higiene personal de origen ibérico, compuesto por un limpiador de oídos y sendos punzones en los que no es difícil adivinar su uso como mondadientes
Luzina Bembrati. Lorenzo Lotto. Mondadientes como joya al cuello |
Alessandro Oliveri. 1510. Retrato de joven. Ibídem anterior |
Hubo incluso un tiempo en el que los mondadientes debieron de convivir con peculiares colutorios dentales de indudable eficacia, aunque culturalmente difícilmente aceptables: la orina, por ejemplo. Por lo visto la blancura de los dientes en los pueblos celtíberos era debido, según Catulo, a los periódicos enjuagues que se realizaban con este líquido. Enrique III (1551-1589), rey de Francia, consideraba la higiene de sus dientes como un paso mas en el proceso cosmético al que se sometía todos los días. Para ello un criado(*) le frotaba los dientes con un dedo que previamente había humedecido en una solución líquida que, al parecer, era orina. En Roma, como ya se apuntó, el uso de la orina para enjuagues de boca era frecuente y al parecer la orina procedente de la Península Iberica, en particular la Lusitana era considera la más adecuada. Madame de Sevigne y su hija efectuaban todos los días enjuagues dentales con ella. El medico de Enrique III aconsejaba su uso al monarca, pese que a la larga sustituyó este colutorio por otro.
Funda palillo de dientes. Inglaterra. XVI-XVII |
Y a juzgar por los consejos que proporcionaba Erasmo de Rotterdam(De Civilitate Morum Puerilium) es obvio que el uso de la orina debió de pervivir en el tiempo, pues entendía que era preferible en público, y por razones de decoro fundamentalmente, acudir al mondadientes o a las plumas antes que a la orina para la higiene dental. Por lo visto, el uso de palillos en esta época, el siglo XVI, no había acabado de generalizarse y los comensales “como perros o gatos”, dice Erasmo, utilizaban para tal efecto el tenedor, el cuchillo, los simples dedos, las uñas y los propios cabellos cual si de hilo dental se tratara. Incluso, la mera presión de un liquido, sobre todo vino, entre los dientes era capaz de arrastrar esas molestas concreciones.
En textos del siglo XIV (The Tanhausers Courts Manners) se desaprobaba el uso durante la comida de mondadientes, de la misma manera que se censuraban los estornudos y toses sobre la comida como inadecuadas en cualquier mesa. Se sobreentendía que eructos, expectoraciones y ventosidades habían quedado aparcados de la etiqueta social des hacia tiempo. Los judíos, puntillosos como ninguno con sus tradiciones, consideraban incluso inadecuado el uso de los mondadientes el sábado, por ser este su día sagrado en el que ningún trabajo ni oficio se podía realizar, poco menos que el latido del corazón y la respiración parecían estar consentidos. En la antigua Roma se utilizaba un instrumento llamado dentiscalpium que tenía una doble utilidad, servía para tomar los trozos de comida demasiado caliente (la glotonería del romano le llevaba incluso a servirse de guantes para coger los trozos de comida ardiente sin quemarse los dedos) y además, se utilizaba también como mondadientes. Por lo general, los romanos usaban las plumas de paloma, ganso u otras aves para la fina labor interdental, pero sobre todo el lentisco y plumas rojas, aparentemente de flamenco. Incluso aquellos que carecían de dientes hacían ostentación del mismo jugueteando con él en la boca; como refiere Marcial en sus Epigramas, aludiendo a un tal Efulano, que a pesar de estar completamente desdentado utilizaba palillos de lentisco. En Grecia se sustituía el lentisco por una rama de mirto que además perfumaba el aliento, o bien afiladas lancetas fabricadas con huesos de animales como las halladas en Asia Menor, en el antiguo yacimiento de Assos. Los árabes, siempre tan obsesionados con su aliento y en general con la higiene bucal, no debemos olvidar que el mal aliento era una causa justificada de divorcio, se rindieron ante una miríada de colutorios y enjuagues dentales. Además usaban el antiquísimo Siwak (y tan contemporáneo a la vez pues se sigue usando):un palito cuyo extremo se desagrega en fibras conforme se mastica y que era, y es, utilizado como limpiador interdental. En el collar de la paloma, un texto en prosa de hace 900 años (1139) que refiere las inquietudes de los enamorados, ya se dice que la ausencia del amado se suple con la presencia, y uso, de sus objetos queridos, cual es el mondadientes. De una forma más prosaica, Gargantua, el gigante glotón sacado de la pluma de Francoise Rabelais, después de sus grandes festines solía hacer uso de sus mondadientes de lentisco. Los miembros de la aristocracia imperial en China utilizaban sus propios mondadientes cuando abandonaban las dependencias de la Ciudad Prohibida. La funda de estos colgaba de sus fajas, e incluso utilizaban con tal fin, pequeños compartimentos dispuestos en sus botas que en la época se utilizaba como bolsillo, según refiere Jung Chang en, Cixi, La Emperatriz.
Misión Santa Catalina de Guale. USA. Escarbadientes español de plata. |
Antonio Pérez. Sirvió a Felipe II de España. Un seductor de su tiempo. Huyó a Inglaterra y murió en Francia donde se ocupó de introducir los cure-dents en el país vecino. |
Por lo visto, el Emperador Carlos V en su postre retiro del Monasterio de Yuste, se lavaba los dientes a diario [no es extraño, visto que era un gran glotón] y además utilizaba un palillo de oro en cuyo extremo colocaba un pequeño trocito de tela, enjuagándose por fin la boca El que fuera Secretario de Felipe II, Antonio Pérez, reconocido entre otras cosas por ser un consumado galán y un felón, fue el encargado de introducir en Francia el mondadientes como joya. Conocido allí por cure-dents. Por lo visto el fugitivo del Reino de España al que Felipe II había acusado de traición, significó su apostura presentándose con esta pieza permanentemente dentro de su boca y moviéndola de forma insinuante. Aunque es lícito decir que Petronio, en el Satiricón, ya hace alusión a un noble romano que utiliza de esta manera un mondadientes de plata para darse un aire linajudo y noble y que no es otro que Trimalción. Sea como fuere Pérez y su mondadientes fueron rápidamente imitados en la exhibicionista Corte francesa, tan generosa en la adopción de novedades que marcaran el exclusivismo de su rango. No fue la única "chose étonnate" de esta época, también se llevaba un peine que se utilizaba constantemente o se portaban anteojos, incluso sin lentes, con el fin de ofrecer una imagen ilustrada como se observa en la Corte de Felipe IV de España. Por estas fechas una viajera francesa en la Corte Española señalaba el uso -y también el abuso- de mondadientes en la misma, lo que a su juicio explicaba el mal estado de la dentadura entre la nobleza, remisa, cuando no perfectamente ignorante de la existencia de artesanos de la limpieza bucal. El llamado "Archivo Histórico de Protocolos", un registro notarial de varios siglos de antigüedad, es extraordinariamente útil en el rastreo de objetos del pasado, por él sabemos que son numerosos los mondadientes llevados como dote matrimonial, elaborados con materiales nobles, se entiende, plata, oro, etc.
Funda para palillos de dientes y diente de ciervo usado como mondadientes. India |
Tesoro de Briviescas. XIV. Utensilio de aseo identificado como dentiscalpium |
Las buenas formas en la mesa, en el sentido del respeto por unas normas de etiqueta, entre las cuales se encontraba el uso adecuado de los mondadientes fue lo que señaló la pertenencia a una clase social. De esta manera, un buen burgués no solo debia hacer uso adecuado de los nuevos instrumentos llevados a los festines: servilletas, tenedores, vasos, sino que además debía de ir provisto de su propio mondadientes, cosa que se hizo colgando este utensilio de una cadena en el cuello o introduciendo el mismo, junto a un limpia orejas y un limpia uñas en una cajita provista de un pequeño espejo. Todo ello se consideraba como la quintaesencia del refinamiento, lo que unido además a la introducción, durante el siglo XVII, del cepillo de dientes originario de China y elaborados con crin de caballo o cerdas de jabalí, contribuye al mejoramiento de la idea de higiene dental. Y ello pese a que hubo puntuales discrepancias, como fue el caso del obispo Giovanni Della Casa, que en el año de 1554 criticaba con saña la costumbre de llevar un palillo colgado del cuello que en ocasiones mostraba los repugnantes restos de su oficio. La sobria comida de los españoles del siglo XVII, solía cerrarse con media docena de aceitunas y un palillo.
Los escarbadientes también fueron utilizados con otros propositos, mas letales en este caso: Agatocles, el tirano de Siracusa fue asesinado con palillos; su hombre de confianza, Menón de Egesta, viendo que envenenar directamente la comida sin ser descubierto era imposible, utilizó un mondadientes con tal fin, pero con un veneno de efecto retardado y durante varias jornadas. Según narra Paolo Prento (I servizi segreti di Venezia...), también un súbdito de la Serenísima pretendió envenenar al Emperador Carlos V con un palillo. El conde de Colygny, el jefe de los hugonotes franceses, que por lo visto era de un humor bastante sombrío, solía manejar sin cesar un mondadientes. Y ello hasta el punto de ser identificado por ello, bien se lo colocaba sobre su oreja, bien lo disponía sobre los rizos de la barba o jugueteaba con el en la boca. El palillo no fue el causante de su muerte, como en los casos anteriores, pero su cuerpo, tras ser asesinado, fue profanado, y sus restos expuestos con un mondadientes en la boca.
Tumba de Sibertswolld. Kent. Gran Bretaña. Siglos IV o V. Mondadientes y lanceta para el oido, entre otros. |
Al parecer el tipo de material del que estuviera elaborado el mondadientes no era irrelevante. Sorapán de Rieros, un médico español, sostenía que los mondadientes debían estar elaborados con biznaga, plata u oro. La biznaga, por su suavidad, pues es una planta cuyo pie se utiliza como escarbadientes, es propia para la limpieza habitual de los dientes, incluido el sarro blando. Si este es mas duro debe acudirse al oro y si es en extremo duro a la plata. El caballero inglés al que alude Jane Austen, en su libro Sentido y sensibilidad, se decide, tras examinar varios modelos, por un mondadientes de marfil, oro y perlas, lo que da idea de la estima que en su momento se concedió a estas piezas. El Emperador Napoleón era terriblemente cuidadoso con su dentadura, utilizaba cepillo impregnado en opio, polvo de coral y mondadientes. Sabemos que los perfumistas de palacio eran los encargados de proporcionarle los palillos, gracias a su perfumero, Gervais Chardin sabemos que en 1808 fue servido con 24 docenas de palillos de dientes finos, de madera de boj. Poseía también un palillo de oro y una lanceta del mismo material, tal y como refiere el orfebre Biennais, proveedor a la sazón del Emperador.
Pese a que esos lujosos mondadientes, a veces de dudosa utilidad, de los que se servía las clases nobles no estaban ni mucho menos al alcance de todos, el uso de lancetas para liberarse de restos indeseables en los espacios interdentales ha sido corriente a lo largo de la historia, bien utilizando afilados tallos de plantas, pajitas o fabricándose ad hoc pequeños palillos con tal fin. El utensilio no requería mayor ciencia. Debemos esperar hasta el siglo XIX, para que uno de esos visionarios que hacen autentico arte de la sencillez y a los que EEUU debe tanto sus grandezas como sus miserias, considerara la idea de fabricar mondadientes, pero de forma industrial. Charles Forster se llamaba y por razones accidentales viajaba con frecuencia a Brasil donde le sorprendió la buena dentadura de los brasileños, lo cual pensó era debido al frecuente uso de palillos.
Zanjados los inconvenientes técnicos para la elaboración industrial de los mismos (que no fueron pocos) se le presentó la no menos relevante cuestión: ¿Quién iba a pagar dinero por un palillo? A nadie se le ocurría demandar un mondadientes en establecimientos de comida, tal y como tuvo la oportunidad de verificar él mismo en cierto restaurante. Forster contaba de alguna manera con esta adversidad, hay ciertos emprendedores que se crecen ante las dificultades y de ellas obtienen sus mejores ideas. Si el mercado no existía él se ocuparía de crearlo, de tal forma que llevado de cierta estrategia, no exenta de picaresca, contrató a un grupo de personas con el único fin de hacerlos pasar por supuestos clientes dispuestos a comprar cajas de palillos. Colmados y restaurantes fueron el objetivo esencial de sus empleados, no exentos en algunos casos de pacíficos y deliberados altercados, puesto que ni unos ni otros eran capaces de ofrecerles un producto del que carecían. Forster se ocuparía mas tarde de satisfacer aquella demanda que él mismo se había encargado de crear. Puede decirse que cuando nuestro hombre se presentaba ante los comerciantes con su producto estrella, cajas de mondadientes, estos le recibían encantados.
(*) Los barberos habían hecho de la limpieza de la boca una extensión mas de su oficio.
Rev: 07/07/2023