Historia del cepillo de dientes


historia del cepillo de dientes






Historia del cepillo de dientes


Vivimos en un mundo que está lleno de objetos. Miremos donde miremos encontramos cosas que utilizamos para distintos fines. Nuestro hogar, por ejemplo, es un gran almacén de trastos; unos más útiles que otros y distribuidos, por lo general, entre las distintas piezas del hogar. Una de estas se llama servicio, baño, excusado, toilettes… En fin, es uno de esos lugares casi sagrados de los que no puede prescindir ningún hogar ¿Y por qué decimos sagrado? Pues porque aquí el hombre se enfrenta en soledad a un ritual diario que le hace esclavo de su condición.
     Aquí, en este altar de las urgencias diarias, nos encontramos también con esos elementos que nos acompañan; la esponja, el papel higiénico, la taza, la ducha, las toallas….en fin. De entre todos ellos un objeto  que nos llama poderosamente la atención. Una especie de Quijote; vive y muere de pies: el cepillo de dientes. Y cómo no,  su inseparable escudero: la pasta dentífrica.
     Nuestro cepillo de dientes es de una rabiosa exclusividad, porque  ¿Quién comparte su cepillo?  ¿Hay acaso objetos más personales que este? … Bueno, los hay, pero son pocos en efecto. Veamos, Willy Wilder (el director de cine)  llegó a comparar el cepillo de dientes con el Taj Mahal,  y en unas recientes encuestas hechas en los USA es valorado por encima del microondas, el coche y el ordenador, lo que evidencia, según su autor, (el de la encuesta) que son las cosas cotidianas las que más valoran los ciudadanos. 

La tienda de los cepillos de dientes. Brooklyn Museum. Departamento de Arte Asiatico
La tienda de los cepillos de dientes. Brooklyn Museum. Departamento de Arte Asiático


     Su sistema es básicamente siempre el mismo, un palito con un montón de cerdas en uno de sus extremos. Se coloca una pasta dental a modo de sombrero sobre estas, y el movimiento de la mano hace el resto. Pero ¿Ha sido siempre así? Quiero decir ¿Nuestros ancestros utilizaban el mismo cachivache? Pues parece que no, pero sí es cierto que en su defecto sí utilizaban otros medios para lavarse los dientes. Los primeros cepillos por ejemplo, se llamaban varas de masticar (porque en efecto se masticaban). Ramitas de árbol machacadas con el fin de hacerlas adecuadas a la limpieza dental, pero sin que ello implicara una laceración de las encías. En Grecia se utilizaba el dedo envuelto en un paño fino, y quizás el mismo Alejandro Magno, inspirado por su preceptor Aristóteles, lo utilizara. En Roma se inclinaban más por las plumas de buitre (estas daban halitosis, según Plinio) y cerdas de puercoespín. En Mesopotamia usaban  una suerte de mondadientes fabricados en oro (Historia del mondadientes y los palillos); y los romanos llegaron a entregar como obsequio palillos de semejante metal a sus invitados después de sus copiosas comidas. Los pueblos bárbaros allende las fronteras del Imperio Romano, masticaban ramitas de fresno (lo cual, por cierto, les producía algún que otro problema intestinal). El primer cepillo, tal y como hoy lo conocemos, parece que proviene de China: allá por siglo XV. Aunque hay constancia de que en el siglo V ya circulaba por Japón artilugios con el mismo fin. En la India que es en esta, y en otros muchos aspectos, la gran olvidada de la historiografía, (sumen por curiosidad la cantidad de habitantes del subcontinente indio, es decir: India, Pakistán y Bangladesh y entenderán el porqué) la primera ocupación higiénica de todo caballero hindú es la de lavarse los dientes, según refiere el Kamasutra, un texto harto conocido del siglo del siglo III ó IV de nuestra era. Lo que da fe de una cierta precocidad en esta materia. Varahamihira, su autor, fue astrónomo, matemático y nigromante indio que vivió en el siglo VI, refiere la existencia de un palo o ramita de árbol utilizado como cepillo dental. Este bastoncito debía de estar sumergido durante siete días en orina de vaca y otros tantos en una solución fragante: agua, cardamomo, miel, canela y otros. Alfonso Martínez de Toledo, conocido también como el Arcipreste de Talavera, hacía referencia también en El Corbacho [un texto terriblemente misógino del siglo XV] a una "yerba de India", a la que denomina mambre, que al parecer era utilizada como bastoncito para la higiene dental por las clases nobles españolas. Y aunque la marquesa D'Aulnoy [Viaje por España] ya observara en el siglo XVII la poca diligencia que la aristocracia española tenía con su higiene dental, casi dos siglos antes, en una curiosísima relación de oficios adscritos a la Casa de los Reyes Católicos, hallamos, entre otros, la presencia de un oficio titulado como el de: «limpiador de dientes». Sabemos incluso hasta el nombre del que se ocupaba de la dentadura de la Reina Isabel I de Castilla: Maestre Juan. En el complejísimo protocolo de las Casas Reales, el «limpiador de dientes» era casi el primero en intervenir una vez finalizada la comida [1].  Por lo visto el Emperador Carlos V en su postrer retiro del Monasterio de Yuste, se lavaba los dientes a diario [no es extraño, visto que era un gran glotón] y además utilizaba un palillo de oro, en cuyo extremo colocaba un pequeño trocito de tela, enjuagándose de esta manera la boca. Básicamente usaba casi el mismo ritual que Napoleón, este, a diferencia de su primera esposa Josefina [2], podía presumir de una dentadura perfecta. Utilizaba primero los palillos y después impregnaba su cepillo de dientes con una solución de opiáceos. Terminaba enjuagándose la boca con una mezcla de brandy y agua dulce. El inventario de sus útiles dentales lo constituían cuatro cepillos de oro o plata sobredorada, cuatro raspadores de lengua de plata y un palillo de oro.


Esta foto es de 1932. Cepillo con pasta incorporada
Esta foto es de 1932. Cepillo con pasta incorporada

Útiles de aseo que pertenecieron al rey Fernando VII de España (1784-1833). Polvera, perfumador y en primer término su cepillo de dientes. Se encuentran expuestos en el Museo Romántico de Madrid.
Útiles de aseo que pertenecieron al rey Fernando VII de España (1784-1833). Polvera, perfumador y en primer término su cepillo de dientes. Se encuentran expuestos en el Museo Romántico de Madrid.

Perteneció a Luis XVIII de Francia

     Pero si el cepillo es importante, no lo es menos su compañera; la pasta de dientes. Una sustancia que lleva en la actualidad más de diez componentes, siendo el yeso el más importante. Bien,  ya rastreamos en el Egipto de los faraones un  colutorio dental de sabor bastante intenso y con el cual se enjuagaban los dientes.  En Grecia un tal  Diocles de Caristo aconsejaba frotar las encías con menta finamente pulverizada y Dioscórides pensaba que el cuerno de ciervo pulverizado era eficaz en la limpieza dental. La literatura hebraico sefardí ofrecía un remedio muy parecido, pero en este caso utilizaba la ceniza de un cuerno  chivo macho como solución abrasiva. De aquí damos el salto a la Etruria: los etruscos, el pueblo precurso de Roma. Estos chicos lucian una perfecta dentadura y hacian hasta tratamiento dental, es decir, se ponían dientes de animales y esas cosas.
     Con estos precedentes no es extraño que los romanos hicieran uso generalizado de los polvos dentífricos; una mixtura de cáscaras de huevo, ostras y huesos. Sometidos todos ellos al fuego y mezclados con miel constituían un eficaz pulimento. Pero sin duda era la orina la reina de los enjuagues dentales; ya lo habían hecho los griegos y probablemente otros pueblos más aunque no queda de ello testimonio. Plinio sostenía que era ideal para evitar la caries. Un médico latino de nombre Largus la mezclaba con arena pulverizada, vinagre y miel. De hecho, el uso de la orina para estos menesteres debió alcanzar gran difusión porque existía hasta recetario. Según estos el producto se dejaba reposar en lugares umbríos, siendo la  más apreciada de todas la lusitana, la actual Portugal. Los cántabros la conservaban en cantimploras y la utilizaban para este y otros menesteres, y hasta en el siglo XVI, Erasmo de Rotterdam habla y también alaba su uso. Parece que cualquier remedio era preferible a soportar el mal aliento, tal es así que la halitosis era una de las causas justificadas para el divorcio entre los musulmanes. San Hildegarda, con esa sencillez que es tan cara a los matemáticos, sostenía que la mejor manera de tener una dentadura limpia era enjuagándola todos los días con agua

     Por estas fechas, y según los entendidos de la época, los hombres tenía 32 dientes, la mujer 30 y los eunucos 28. Al menos eso decían.

     En China  se trituraban huesos de pescado. Y,  ya en la Edad Media, los árabes utilizaban arena y piedra pómez que destrozaban el esmalte claro. Trótula Ruggiero [más conocida como Trótula de Salerno], ya decía en el siglo XI que los dolores del parto en las mujeres no eran el resultado de su pecado original y que, fácilmente, podía ser aliviado con un poco de opio, además preparó un eficaz colutorio dental elaborado con una infusión caliente de nogal. Una fórmula medieval presentaba una amalgama de sal, hinojo y cola de caballo, una mezcla inteligente puesto que la sal blanqueaba la dentadura, el hinojo perfumaba el aliento y la cola de caballo pulía la superficie dental. Este último producto podía ser sustituido por otro elemento abrasivo, como conchas marinas finamente trituradas. El dedo, envuelto en una tela, podía utilizarse como cepillo para aplicar esta emulsión. Fray Bernardino de Sahagún nos ha dejado testimonios del Nuevo Mundo y allí los Mayas utilizaban un amplio repertorio de sustancias de origen vegetal y animal; cenizas de iguana quemada viva, raíces, hiel de ranas y en el actual México una goma muy conocida: el chicle. El propio general Santa Ana que fuera presidente de México en varias ocasiones proporcionó la idea a un Norteamericano que, claro, se ocupó de ponerla en práctica. Napoleón prefería utilizar polvo de coral para completar su higiene dental

     En fin en el siglo XIX el  Dr. Sheffields desarrolló una fórmula que reconoceríamos como pasta de dientes. Fue a su hijo a quién se le ocurrió envasarla en tubos metálicos al observar las pinturas al óleo. Y en 1896, Mr. Colgate, introduce en el mercado los tubos de pasta de dientes.



[1] Archivo General de Simancas. Casa y Sitios Reales. leg 43. fol 148 del 10 de Junio del año 1502
[2] La Emperatriz Josefina, fue la primera esposa de Napoleón. A pesar de tener dos hijos de su primer matrimonio fue repudiada por El Emperador debido a su incapacidad para proporcionarle un heredero. Sufría terriblemente de la boca, y carecía casi por completo de dentadura. Utilizaba un abanico para ocultar en público su boca 

Puede interesarle también: 





La boca y los dientes. Historia del palillo de dientes. También conocidos como mondadientes y escarbadientes.