Pese a lo dicho somos muy conscientes de que la violencia de género es poliédrica y tiene muchas aristas que se deben considerar. Existe una suerte de cultura del energumenismo, unos modelos de zafiedad y violencia que practican un número no desdeñable de varones, capaces de transformarse en auténticos monstruos en cuanto traspasan las puertas de sus casas ejerciendo un tipo de agresión que ha acompañado a la especie humana desde su origen. La geografía de la violencia de género (qué poco nos gusta esta expresión) es desalentadora, de suerte que sólo una de cada siete mujeres tiene garantizada su integridad física y psicológica en el mundo. Nosotros hemos descubierto un libro sobre la violencia de género, (entre otras cosas) y que ya tiene sus añitos. Se titula el pueblo fiero y fue publicado en el año 1968, su autor, Napoleón Chagnon, fijó una imagen bastante polémica y refutada del pueblo Yanomami. Un colectivo formado en la actualidad por unas 25.000 personas entre las fronteras de la selva amazónica de Brasil y Perú . No es una violencia ocasional sino mas bien el comportamiento cotidiano de los varones yanomamis sobre sus mujeres. Nos acompaña una de esas imágenes simbólicas que dicen tanto con tan poco y que hemos encontrado en Brasil.
La vida de las mujeres yanomami en la selva es terrible. Para empezar el primogénito de la pareja debe de ser un varón, si no es así, y no decimos que sea siempre así, las posibilidades de que sea sacrificada nada más nacer son bastantes altas. El porcentaje de infanticidio femenino es por supuesto bastante más elevado que el masculino (Aún en el año 2007 se tiene constancia de que en una comunidad de 44 niños nacidos 8 sufrieron infanticidio(*) Podemos hacernos una idea acerca de su frecuencia valorando los individuos adultos de la tribu, de tal manera que por cada 100 mujeres existen 120 hombres. Y todo esto teniendo en cuenta las bajas producidas entre los varones por los constantes conflictos que mantienen o bien con las aldeas vecinas o bien entre ellos mismos. A partir de los 8 o 9 años una niña pude ser entregada a su futuro marido al cual deberá aprender a servir y atender. Como quiera que los adultos más fuertes de la aldea poseen mas de una mujer, la niña debería de quedar excluida de las demandas sexuales del varón, no siempre es así y llegado el caso poco se puede hacer.
La piel de los yanomamis es el testimonio escrito de su vida diaria. Es extraño que algún hombre adulto carezca de cicatrices resultado de los muchos conflictos que ha tenido que dirimir, y si carece de alguna es mala señal: no merece ser considerado miembro de la aldea y seguramente pertenecerá a ese grupo de hombres que según la mitología machista del yanomamo es débil o reacio al combate. Las mujeres tampoco están libres de estas marcas de combate, en su caso suelen ser las marcas del amor, toda vez que las cicatrices parecen medir el aprecio que su marido siente por ellas. En efecto, las mujeres yanomamis cifran su status matrimonial por la cantidad de heridas recibidas. Cualquier motivo por nimio que sea puede ser causa de agresión, incluso hasta el carecer de motivo, utilizándola por ejemplo para expiar las culpas de otro; se la golpea ferozmente con cualquier objeto o incluso lanzándola flechas. Uno de los castigos preferidos es el del tirón de orejas, me explico; se jala con tanta fuerza de los abalorios que llevan dispuestos en los lóbulos de las mismas que se los desgarran.
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Lizot y Chagnon |
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Poblado yanomami, como puede observarse es una captura de pantalla correspondiente a la Segunda Cadena de la Televisión Pública Española. |
Con el fin de ajustar la secuencia de acontecimientos es conveniente recoger aquí que, tanto Chagnon como Lizot, fueron acusados con el tiempo de falsear la cultura Yanomami. Del primero se dijo incluso que había envenenado a los indígenas con isótopos radioactivos y de Lizot, reconocido homosexual, que había utilizado sus muchos años de convivencia entre los yanomamis para crear una especie de harem infantil. Sea como fuere la imagen de “buen salvaje”, un ser prístino e inocente al que la civilización corrompe y pervierte queda en entredicho. Tal parece que sucede a la inversa; que es la civilización, como su nombre indica, la que le hace civilizado. La naturaleza, en efecto, no es una Arcadia feliz.
La Comunidad
Veneno y envenenadores en La Historia