Mogoles de La India. [Mughal Empire]. Perfumes
Ghandhara era el nombre un antiguo reino situado en el actual Afganistán y al que los chinos conocían como el país de los aromas. Esta zona, situada al noroeste del subcontinente, fue la gran vía de penetración humana en la India. Quizás, y ya lo hemos referido, todas ellas dejaron una huella en la cultura hindú, pero pocas como las invasiones de pueblos turcos, afganos, persas y mongoles, bajo el liderazgo de Babur, bisnieto del legendario Tamerlan, se fijaron en el código sociocultural del Indostán. Conocido como el Imperio Mogol, gobernó prácticamente todo el subcontinente durante más de tres siglos. [La imagen pertenece al último de los emperadores mogoles, Bahadur Shah Zafar en su exilio de Birmania. Había sido despuesto años antes por los británicos]
Aunque la presencia musulmana en la India se remonta según algunas fuentes al siglo VIII o IX nunca el poder del islam alcanzó tintes tan intensos. Aun así, la presencia musulmana distó mucho de apuntar capacidad completa de asimilación sobre la mayoría de la población hindú que, mayoritariamente, se mostró refractaria al sello monoteísta del Islam. El islam y el hinduismo ajustaron su modus vivendi por mor de los hechos consumados, pero no fue un estar fácil. Fue a través de esos flecos que suelen adornar las culturas y civilizaciones, como puede ser el vestido, la alimentación, los gustos cosméticos, ciertos aspectos de la etiqueta social, etc, donde se dio un contacto mas intenso entre ambas corrientes. Quizás porque en esa buena vecindad, en ese intercambio, no se dirimía nada esencial mas que la gratificación de los sentidos. De hecho la tradición -en el ámbito oloroso que nos ocupa- da por cierto que Babur, el primer Emperador Mogol, trajo en su equipaje las primeras rosas damascenas a La India. Esto evidencia la estrecha relación, casi idilio olfativo, entre los mogoles y esta flor, en particular su perfume, tan caro por lo demás a toda la cultura musulmana, tal y como atestiguan los retratos de los sultanes otomanos o emperadores mogoles. La rosa ofrece la versión más amable de estos hombres que combinaban la extrema crueldad con el más ínclito de los refinamientos. Y esta pauta la encontramos en Akbar, que fue, de toda la serie de Emperadores Mogoles, el más destacado. Nieto de Babur, las referencias que de él se conservan lo señalan como un sujeto hiperactivo y autoexigente, empeñado durante los primeros años de su reinado en crudelísimas campañas que le enfrentaron repetidamente contra los príncipes rajputs, a los que derrotó en numerosas ocasiones. Los rajputas, ya hemos hablado de ellos, son una de las castas guerreras mas aguerridas de La India: tienen una particularidad, jamás aceptaban la derrota. La fabulación del nacionalismo hindú los hace valerosos hasta extremos inconcebibles, lo cual en parte puede ser cierto, pero desdeña ese matiz menos noble del ardor guerrero, cual es el consumo inmoderado de opio y alcohol. Embravecidos, locos de furia y cólera se lanzaban a la batalla provistos solo de armas blancas. Temibles y aún así desordenados, los príncipes mogoles les vencieron en repetidas ocasiones, mas cuando la evidencia de la derrota se hacia clara se inmolaban: los guerreros; en el campo de batalla. Sus mujeres, hijos y sirvientes, probablemente y tras haber consumido también grandes dosis de narcóticos, se daban muerte en sus hogares y palacios. Su código moral, puesto al servicio de la filosofía del guerrero, daba por inconcebible la humillación de la derrota y mucho menos el deshonor al que sus mujeres pudieran verse sometidas al quedar cautivas, y eventualmente recluidas en los harenes. Akbar, no repararía en tibieza alguna con el fin de asegurarse la estabilidad y viabilidad del Imperio. La tradición lo señala como responsable de la muerte por arcabuz de un líder rajput; esto, de alguna manera determinó la inmolación de la mujer de aquel, de la que el propio Akbar estaba enamorado.
Merced a los testimonios de Antonio de Monserrat, un jesuita español que fue preceptor de uno de sus hijos, sabemos de sus campañas por el Noroeste del Indostán: Kabul, y de su rigor para con los vencidos, fueran estos hombres, mujeres o animales. En una país con una señalada tradición vegetariana, y que había interiorizado existencialmente todas las formas vivas, animales o plantas, como parte esencial de su cosmología, las colosales cacerías que los príncipes mogoles gustaban de practicar se convertian en una permanente agresión a sus tradiciones. Miles de animales eran sacrificados solo por el mero placer de la caza. Los mogoles eran atávicamente esclavos de la infertilidad vital de las estepas de donde eran originarios, parecieran dispuestos a agotar por esta vía toda la riqueza biológica del subcontinente. Refiere Montserrat que la carne de centenares de tigres era utilizada para alimentar a los elefantes con la mera y dudosa intención de estimular su agresividad en la batalla. Pareciera que el placer de los mogoles pasaba por el ultraje de los hindúes. Y este menosprecio tenía varias líneas: la institución de la poligamia, por ejemplo, no era desconocida en La India antes de la llegada de los musulmanes, pero el cautiverio de numerosas mujeres hindúes pertenecientes a las clases más linajudas -entiéndase brahamanes y castas guerreras- para nutrir los numerosos harenes constituía un intolerable agravio, lo que unido al privilegio del Gran Mogol para elegir a su albedrío cualquier mujer de su Imperio aunque estuviera casada, obligando así al repudio forzado de su marido, todo ello alimentaba un odio suicida contra el mogol. En el periodo ultimo de su reinado El Emperador Akbar -al parecer solo precisaba tres horas de sueño- intentó rectificar en parte y mestizó su ejército con aportaciones de príncipes rajputas, con lo que consiguió arbitrar en parte una tregua. Recuperó la versión más tolerante del Islam, invitando a su corte tanto a hindúes, como a místicos sufíes y misioneros cristianos, aprovechando para ello la presencia de los jesuitas en La India, llegados de la mano de los portugueses fundamentalmente. Akbar se esforzó incluso por trazar una síntesis de las cuatro religiones más importantes; “fe universal” en palabras de su primer ministro Abud Fazl (Islam, budista, cristiana e hindú) Con el fin de materializar su intención se caso con cuatro mujeres, practicantes cada una de ellas de los referidos dogmas.
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Jesuitas en la corte de Ákbar el Grande |
Pero Akbar supondría una decepción para los misioneros de la Compañía de Jesús, tan exigentes por lo demás en su ortodoxia religiosa. Se mostraron incapaces de comprender la imposibilidad casi biológica que enfrentaba a un heredero de los pueblos de las estepas, como era Akbar, con la acrítica recepción del misterio de la Santísima Trinidad. El padre Monserrate, incluso, acompañó al ejercito mogol en su campaña hacia el Oeste para sofocar la rebelión de Kabul, hasta que comprendió que Akbar solo estaba dispuesto a aceptar los dogmas teológicos en la medida en que le fueran útiles políticamente. Abandonó la expedición primero, y después, La India, reclamado por el rey Felipe II de España para otras empresas misioneras.
Akbar no solo se ocupó de la guerra y el cuidado del alma, [había expulsado del centro de Agra a las prostitutas, creando un barrio ex profeso para ellas al que denominó Shaitanpura o “ciudad del diablo”] también prestó atención al cuerpo. Patrocinó una especie de gabinete de los aromas, un laboratorio para los sentidos en los que se elaboraban numerosas soluciones olorosas y aromáticas capaces de satisfacer el hambre olfativa de los harenes de la dinastía mogol. Miles de mujeres demandantes de nuevas experiencias olorosas, hasta el punto de que el cronista oficial del reinado de AKbar, Abul Fazl, estimó conveniente dedicar parte de ese testimonio a los perfumes más estimados, como el azafrán, aloe, alcanfor, civeta, ámbar, violeta, almizcle y agua de rosas.
Ya hemos dicho que la existencia de harenes en la tradición hindú no es extraña, y ello pese a que la idea del matrimonio entre los hindúes se ajusta a un compromiso de carácter vitalicio. La cultura Griega y la antigua Roma ya expresaban su admiración por la fidelidad de las mujeres hindúes; honestas y devotas de sus maridos hasta el punto de practicar con el sati, su propia inmolación a la muerte de estos. Visnhu tenía 14000 mujeres, y era capaz de satisfacer a todas y cada una de ellas todas las noches. Los brahmanes, la clase sacerdotal, practicaban la poligamia, y en textos clásicos como el Kamasutra se da como evidente la convivencia de un varón con varias mujeres. Barbosa, el viajero portugués del que ya hemos hablado, refiere que los reinos meridionales del subcontinente; Vijayanagar, por ejemplo, mantienen la institución de la poligamia, además de numerosos harenes. El rey de Calicut disponía de un cuerpo de amazonas que acompañaba a su ejército aunque sospechamos que su oficio era mas bien el de prostitutas de campaña. Es precisamente el Kamasutra el que alude a los asistentes femeninos en el harén, distingue entre Kanchukiyas, Mahallarikas y Mahallikas, unas y otras son las responsables de aportar perfumes, ungüentos y ropas al serrallo. También informan al Rey de la identidad de la esposa que pasara con él la noche. A veces estos encuentros no podían ser satisfechos, bien por compromisos imprevistos del rey, por indisposición de este, abulia, etc. La afectada por ello podía sentirse agraviada, y en derecho, exigir al monarca aquella noche de amor. No era excepcional que ante la abundancia de mujeres en el harem, varias de ellas se encontraran en esta situación, de tal forma que el Rey se veía obligado a elegir una compañera, guiado en esta ocasión solo por el perfume o pomada presentado por cada una de ellas; el aroma era pues su carta de presentación. Todo esto sugiere una singularización de los aromas, y dice mucho de la habilidad de estas mujeres y sus artesanos perfumistas para confiar sus supuestas virtudes personales en estandartes aromáticos. Un texto conocido como el rito de los cinco (perfumes) esenciales establece una suerte de liturgia asociativa entre distintos perfumes y el mapa anatómico del cuerpo humano; jazmín en las manos, pachulí en el cuello y las mejillas, ámbar en el pecho, sándalo en los muslos y azafrán (esencia de azafrán) en los pies, todo ello referido al cuerpo de la mujer. Un hombre debía hacer uso exclusivamente del aceite de sándalo
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Yajangir hijo y sucesor de Agbar se vestía de forma exclusiva, y cuando aludimos a esta singularidad, queremos decir que nadie podía hacerlo como él y sin su autorización, so pena de ser sancionado [los mogoles utilizaban las patas de sus elefantes para castigar cualquier levedad. No creemos preciso dar más detalles para imaginar cómo]. La indumentaria de un mogol ha llenado de contenido la burbujeante imaginación orientalista de muchos occidentales En la cabeza llevaba un turbante adornado con un penacho de plumas de garza, a un lado del turbante un rubí, al otro un diamante, y en el centro una esmeralda. Su cuello estaba engalanado con un collar de tres vueltas con las perlas más grandes que jamás se hayan visto. En cada uno de sus dedos un anillo. Brazaletes con diamantes en codos y muñecas. Los guantes sujetos en la faja. Cubierto por una abrigo sin mangas de hilo de oro. Borceguís en sus pies, también cubiertos de perlas. Todo ello acompañado por un perfume exclusivo de composición desconocida llamado "sabas". Yahangir fue un emperador enamorado de las flores y de los elefantes, pero también un borracho consumado. Su abuelo Humayun, el padre de Akbar , también lo fue. Humayun consumía opio, y lo había reconocido abiertamente cuando pedía disculpas a sus súbditos por las inevitables torpezas causadas en su dependencia del mismo. La leyenda negra atribuía al Gran Akbar el uso de una caja en cuyo interior se disponían tanto hojas de betel como opio. Al parecer no existía mayor honor que el de compartir su contenido con el Emperador. Pero esta complicidad tenía a veces trampa, Akbar ofrecía su contenido tanto a afectos como a hostiles, y todos obtenían sus hojas de betel, la única diferencia estribaba en que unas hojas estaban envenenadas y otros no. El opio fue también utlizado por la primera mujer de Jahangir, avergonzada por la rebelión de su hijo khusraw, se suicido con una sobredosis. El propio Jahangir, al parecer un hombre de acusada sensibilidad pero tibio en sus determinaciones, se había prometido permanecer sobrio los jueves y los viernes, pero mas adelante, la que fuera su enérgica esposa, Nur jahan, le controló la ingesta de alcohol, al parecer solo le permitía beber nueva copas al día. Nur jahan, de la cual cuenta Manucci, un veneciano en la corte mogola del XVII, que nunca utilizaba por dos veces la misma prenda, obtuvo de él la promesa de que no bebería nada mas que las copas que ella le ofreciera. Incapaz de consumar su pacto fue sorprendido por ella altamente etilizado, provocando un monumental enfado. La leyenda dice que solo le perdonaría si se arrodillaba ante su presencia, lo que constituía una exigencia muy difícil de cumplir visto que la dignidad de su cargo impedía que el Emperador se arrodillara ante nadie. Sin embargo Jahangir sí que consiguió ponerse a sus pies sin desmerecer su rango , y ello gracias al Sol poniente que proyectó toda su sombra bajo los zapatos de Nur Jahan: ya me tienes a tus pies, parece ser que la dijo. Y no eran meras palabras porque la naturaleza mórbida de Jahangir había convertido a Nur en su álter ego, la dueña del imperio.
Nur jahan se cambiaba de ropa varias veces al día, perfumándose otras tantas con agua de rosas, obviaba incluso el uso del velo en público aprovechando la indulgencia de su marido. Manucci sostenía que para cualquier visitante del Imperio Mogol había tres momentos de extraordinario peligro: uno consiste en la caza del tigre, otro deambular entre los elefantes y un último referido al extremo celo con el que los mogoles cuidan a sus mujeres, blindadas a las miradas de extraños merced a la práctica del purdah, la ocultación de sus rostros y su forma bajo el velo, este afán les llevaba en algunos casos a extremos delirantes, como era el cubrir las cabezas de los elefantes para que ni siquiera estos las vieran La tradición dice que Nur Jahan, elaboró una esencia de rosas de intensísimo aroma y en la que el azar tuvo un papel relevante; observó Nur que los estanques que hermoseaban los recintos del harén, cuya superficie había sido cubierta por numerosas rosas, presentaba una irisación aceitosa que sometida a posteriormente a un proceso destilación dio como resultado una esencia absoluta que recibió el nombre de perfume (itar) de Jahanguir. Otras versiones atribuyen la autoría de este extracto, y con bastante mas solidez por cierto, a la madre de Nur jahan (luz del mundo) Asmat Begum, persa de nacimiento, poseía toda la solida tradición aromática de los artesanos perfumeros de este país, una sola gota de este Itar era capaz de aromatizar una gran estancia, tal era su concentración.
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Nur Jahan |
Los mogoles manejaron un universo olfativo descomunal. Ya referimos que el emperador Akbar mantenía un laboratorio de los perfumes en su extrema prodigalidad para con las mujeres del harén. Este gabinete aromático era capaz de generar esencias desconocidas como el mosseri que contenía ámbar, perlas, oro, opio y otros estimulantes. Balsar, Banaras o Cambaya son hitos nominales de famosas esencias cuya composición se ha perdido. Los ittar, derivados del persa Atr "fragancia" son aceites naturales que prescinden del alcohol como disolvente. Buscaban una constante estimulación para sus sentidos, un éxtasis permanente, porque los aromas, a fuerza de utilizarlos, perdían su fuerza con el tiempo, se hacían invisibles olfativamente. Cabe incluso pensar que Delhi o Akra, donde se alzaban sus palacios, los harenes llegaron a una saturación olfativa quizás molesta, no en balde los harenes de Jahangir pudieron alcanzar la fabulosa cifra de cinco mil mujeres dedicadas durante todo los días de su vida a el embellecimiento y las cosmética más refinada. Ellos y ellas no lo percibían vivían en una esfera aromática y no lo sabían, sólo eran conscientes de esta singularidad cuando franqueaban los muros de sus jardines y residencias, encaramados sobre aquellos elefantes sobre los que, a veces, exploraban el mundo real. Jahangir, y con ocasión del nacimiento de su tercer hijo, inundó Akra con 30 kilos de ámbar gris, 74 kilos de semillas de amapola, 2.000 vainas de almizcle, 185 kilos de resina de ámbar, 2.000 botellas de agua de rosas (Importadas de Persia) y un número inespecífico de botellas conteniendo azufaifo y perfumes de naranja, además de 2.000 kilos de azafrán de Cachemria.
La cotidianeidad de los harenes queda congelada en una imagen que sugiere la vivaz disposición de las concubinas, participes de una atmósfera de alta delicadeza y fuerte sensualidad. Existe una imagen en particular, en la que se presenta al Emperador Jahangir mórbidamente acompañado por cuatro o cinco mujeres del harén que parecen empujarla hasta un amplio lecho situado en un jardín, mientras que, otras varias, parecen entregadas al consumo de alguna sustancia narcótica. Los mogoles injertaron en la ya dérmica cultura hindú, toda la corriente vivencial de los pueblos de las estepas de donde eran originarios, marcada por notables carencias, pero muy permeable a las influencias de una civilización mas sofisticada. Tamur, el fundador de la dinastía, llego a recorrer mas de trescientos kilómetros por día, lo que para la época era una distancia fabulosa; por lo visto su alma nómada le impedía descansar mas de dos noches sobre el mismo suelo.
Esta entrada es un extracto, y forma parte del Libro «Acerca del Perfume y el Olor». Rogamos tenga en cuenta los Derechos de la Propiedad Intelectual a la hora de utilizar la misma.
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